En 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial, los extranjeros constituían el 30% de la población nacional. Durante los años siguientes las oleadas inmigratorias no fueron masivas, ya que estuvieron condicionadas por el ritmo del conflicto y por el orden internacional establecido a partir de la victoria de los aliados. Por ejemplo, bajó el flujo de españoles (neutrales durante la contienda) y se mantuvo el de italianos (enfrentados con el Imperio Austro-Húngaro). Uno de los fenómenos más llamativos involucró al Imperio Otomano, que se involucró en una jihad (guerra santa) contra Gran Bretaña. Por distintos motivos, judíos y armenios figuraron a la cabeza de los grupos que pusieron distancia de la actual Turquía.
“Después de 1914, al crecimiento vegetativo de la población israelita tucumana se agrega el movimiento inmigratorio, superior al emigratorio -consigna la “Historia de la comunidad israelita de Tucumán”-. La llegada de los nuevos inmigrantes significó un aporte de nuevas ideas e iniciativas para la vida comunitaria”.
Denise León recogió el testimonio de su abuela, Luisa Saúl de León, en “Izcor - La vela encendida”, trabajo presentado como tesis de licenciatura en Letras en la UNT y convertido en libro a partir de la edición del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos.
La de Luisa es una historia novelesca y refleja las zozobras a las que se sometieron los inmigrantes en la posguerra. Tanto ella como su futuro marido, Benjamín León, provenían de Esmirna, y a pesar de que vivían a un par de cuadras se conocieron en Tucumán. Luisa empleó documentos falsos para salir de Turquía -era menor de edad- y el barco la depositó en Montevideo. Desde allí, en lancha y amparada por la noche, cruzó a Buenos Aires. La ruta seguida por Benjamín fue idéntica.
“Mi abuela nació justo en 1914; mi abuelo era nueve años mayor y contaba que iba por la playa saltando sobre los cadáveres. En casa se hablaba de esa como la Gran Guerra; la Segunda Guerra Mundial no existía en la consideración. Es más, del Holocausto yo me enteré de grande”, apunta Denise. Además de consignar el testimonio de doña Luisa en ese libro de “mujeres que hicieron el Shabat”, Denise canalizó la herencia cultural y la impronta de su abuela por medio de la poesía.
“De acuerdo a mis hermanos, mi abuelo hablaba más del genocidio armenio y griego que perpetraron los turcos que de la Primera Guerra -añade Denise-. Decía que tiraron tantos cadáveres al mar que no se pudo comer pescado durante un año”. Justamente de ese genocidio, que costó un millón de vidas, huyeron los armenios. Muchos se instalaron en nuestro país y establecieron una fuerte colectividad, aunque fueron pocos los que recalaron en Tucumán.
¿Cómo se vivía la guerra en la provincia? Con zozobra y dolor, según la “Historia de la comunidad israelita”. “La mayoría tenía familiares en Europa y era imposible recibir información acerca de ellos -consigna-. Sobre todo en los dos últimos años de la contienda, la carencia de noticias era angustiante. Después del armisticio, las cartas de parientes y de amigos daban cuenta del cruel destino corrido por padres y hermanos de numerosos judíos tucumanos y el luto cubrió muchos hogares”.
Luisa estaba decidida a encontrar a su padre, quien las había abandonado a ella y a su madre en Esmirna para huir de las levas del Imperio Otomano. “Cuando se declaró la guerra empezaron a arrasar con todos los hombres (chicos y grandes) y mi papá era ciudadano turco, lo tenían que llevar... Se escapó en una lanchita que era la última. Pilló el último barco y se vino a la América”, narró. Luisa no pudo encontrar a su padre, pero sí a Benjamín, y juntos fundaron una familia que hizo de Tucumán su hogar.